miércoles, 7 de mayo de 2008

ANTONIO LLANAS EN LA GALERIA DE ANA MERCADER

Ayer fui a una exposición. Así dicho no es mucho, pero sí cuando comprendemos que lo que hemos visto es una gran exposición. Que hemos presenciado y compartido un intercambio de regalos visualmente brillantes. Y eso es lo que Antonio Llanas consigue en esta muestra en la Galería de Ana Mercader en Roquetas, regalarnos imágenes.

Después de una larga gestación conceptual, de una sensible interpretación intelectual de su entorno, comienza una labor meticulosa y cuidada en la que desarrolla su factura, trabajada y virtuosa. Si bien la obra finalizada nos puede parecer sencilla, el proceso creador ha sido largo y doloroso, una labor investigadora de materiales y de las posibilidades comunicativas de estos, una cariñosa pelea con el cuadro para que finalmente comunique la idea buscada, o la historia que persigue. Y este difícil camino termina en un diálogo amable y fácil del espectador con la obra.

Antonio mide el tiempo, lo mide gráficamente, de forma casi claustrofóbica, ¿agobiante? No ,no diría eso nunca. Sí, es cierto que nos obliga a la meditación y la reflexión, que para muchos llegará incluso a ser denuncia y compromiso social. Pero esas marcas de los días, de las semanas, el pintor las convierte en imágenes descontextualizadas que crean un ritmo musical, constante y armonioso. Esas jaulas, esas barreras nos invitan al mismo tiempo a atravesarlas, como en un rito de iniciación o de paso. Aparecen entonces los cuadros de las trasparencias, de la profundidad, de las superposiciones, imágenes que nos hablan de lo que hay detrás, de reflejos, no de sombras.

Descubrimos las ciudades de Llanas, construidas y destruidas, frágiles, como “castillos de cartas de cristal”, transparentes, quebradizas y al mismo tiempo rotundas, de peso, limpias, vacías, no interpretadas como decorados, sino frágiles protagonistas. El cristal, el vidrio, se convierten en agua, en espejos, en transparencias. Los materiales se han convertido en cómplices del pintor para transportarnos, es cuando descubrimos esa minuciosa labor en el taller. Y nos encontramos con “Ofelia”, con el agua con el alma y con el aire.

La obra de Llanas tiene esa característica de las cosas sencillas, que son fáciles y amables en el trato, que no nos intimidan. Pero poco a poco vemos más, notamos como el cuadro cambia. No es ahora el mismo que hace un rato, la luz lo ha modificado, nosotros no estamos ya en la misma posición, nos hemos movido, él sigue siendo el mismo, y ha cambiado. Entonces comenzamos a pasear de otra manera, miramos cada obra de lejos y de muy cerca, desde aquí o desde allá. Queremos reconocer nuestro mundo en esa obra, miramos el título, sonreímos. El diálogo de la obra y el espectador comienza a fluir. La galería se convierte en ese momento en un espacio escénico, eso lo sé, pero dejo de tener claro quienes son los actores (o siquiera si los hay, que los habrá). El cuadro para ser necesita del visitante y visitante deja de ser entonces espectador. Y la presencia, nuestra presencia de vida al acto. Ese es el motivo por el que la obra de Llanas se crece al visitarla, por lo que es un regalo del que tenemos que disfrutar.

Carmen Rubio Soler